Carta abierta a un alumno desmotivado.
Miguel Ángel Santos Guerra.
Querida amigo: Época de exámenes. Mala época. Ya sé que te resulta muy duro subir cada lunes la cuesta que conduce a tu Instituto. Te pasa lo que al condenado a muerte que se dirigía un lunes al panbulo diciendo: "Mal empiezo la semana". La cuesta no rebaja su pendiente los demás dias de la semana. Bueno, un poquito los viernes.
Querida amigo: Época de exámenes. Mala época. Ya sé que te resulta muy duro subir cada lunes la cuesta que conduce a tu Instituto. Te pasa lo que al condenado a muerte que se dirigía un lunes al panbulo diciendo: "Mal empiezo la semana". La cuesta no rebaja su pendiente los demás dias de la semana. Bueno, un poquito los viernes.
Sé que eso que antes se nos decía a los niños con total fundamento, "estudia, que el día de mañana tendrás un buen empleo", es hoy una verdad a medias. Porque, si bien es cierto que quienes poseen títulos se colocan mejor que quienes no los tienen, hay muchos parados con una colección de diplomas debajo del brazo. En el mejor de los casos lo que te espera es la siguiente secuencia: hacer la ESO, el Bachillerato, la Diplomatura, la Licenciatura, luego el Tercer Ciclo, un master y luego... al paro. ¿Qué futuro es ese?, me dirás.
Además, sabes de buena tinta que un colega que abandonó los estudios está ganando una pasta en un taller de chapa o en una tienda de informática. Tiene dinerito fresco y no depende como tú de los padres. Piensas que no es necesario, para ganarse la vida, seguir un calvario con tantas estaciones.
Pero, lo más importante no es hacer referencias al futuro, que casi no divisas en el horizonte lejano, sino al cotidiano presente. No te gusta lo que haces en las clases, no te gusta cómo es tu Instituto. Estudias cosas que no te interesan, los profesores dialogan poco contigo, las normas son rígidas, la participación es escasa, nadie te pregunta por tus problemas, por tus ilúsiones, por tus dudas, por tu angustia...
Tus padres te exigen buenos resultados sin tener en cuenta, a veces, que no eres una máquina de obtener buenas calificaciones. Te preguntan por tus éxitos, no tanto por tus esfuerzos, por tus problemas o por tus ilusiones. En tu cabeza y en tu corazón hay muchas más cosas que las que oficialmente tienes que aprender.
Los medios de comunicación te asedian con ejemplos y modelos de triunfadores que se hacen millonarios en un abrir y cerrar de ojos. Un futbolista que gana más de un millón diario, una modelo que en un desfile de pocos segundos gana lo que un trabajador "normal" en varios años, un banquero que en una operación se ha embolsado miles de millones...
Los medios de comunicación te asedian con ejemplos y modelos de triunfadores que se hacen millonarios en un abrir y cerrar de ojos. Un futbolista que gana más de un millón diario, una modelo que en un desfile de pocos segundos gana lo que un trabajador "normal" en varios años, un banquero que en una operación se ha embolsado miles de millones...
El mundo que te presentan está hecho de unos ingredientes que no son los que a ti te han dado para construir tu vida. Esa paciencia minuciosa de lo cotidiano que no ves que te lleve a ninguna parte, ¿qué sentido tiene? No, no encuentras sentido muchas veces a las cosas.
El mundo de los adultos está cargado de contradicciones. Unos te erotizan el ambiente de la discoteca, te invitan a que asomes al nllU1do de la droga, te venden alcohol bajo cuerda... Y otros te dicen que todo eso tiene muchos peligros y que no debes ni acercarte a ellos... El mundo de los adultos te dice que seas pacífico mientras ordena bombardeos, que seas dialogante mientras se insulta, que seas solidario mientras contemplas las diferencias monstruosas que han creado. ¿Qué mundo es el tuyo?
Te voy aconsejar un pequeño libro. Su autor es un excelente pedagogo alemán que se llama Helmut Van Hentig. Se titula ¿Por qué tengo que ir a la escuela? Y su contenido son las 26 cartas que el autor le manda a un sobrino suyo explicándole por qué es conveniente ir a la escuela. Te ayudará.
No lo tienes fácil, aunque muchos digan lo contrario. Pero precisamente por eso deberías sentir un reto y un desafio: ¿Cómo que yo no vaya salir adelante? ¿Es que yo me vaya quedar sentado entre tristeza y lamentaciones? ¿Es que vaya ser yo un derrotado sin haber luchado siquiera? En tus manos está la posibilidad de construir un futuro más hermoso, no sólo para ti sino para quienes te rodean y quienes están lejos. El destino reparte las cartas, pero tú las juegas. Tú puedes hacer que tus profesores y que tu Instituto sean mejores porque tú estudias en él. La calidad de la enseñanza no depende sólo de los profesres; depende del tipo de alumno que tú seas.
No lo tienes fácil, aunque muchos digan lo contrario. Pero precisamente por eso deberías sentir un reto y un desafio: ¿Cómo que yo no vaya salir adelante? ¿Es que yo me vaya quedar sentado entre tristeza y lamentaciones? ¿Es que vaya ser yo un derrotado sin haber luchado siquiera? En tus manos está la posibilidad de construir un futuro más hermoso, no sólo para ti sino para quienes te rodean y quienes están lejos. El destino reparte las cartas, pero tú las juegas. Tú puedes hacer que tus profesores y que tu Instituto sean mejores porque tú estudias en él. La calidad de la enseñanza no depende sólo de los profesres; depende del tipo de alumno que tú seas.
Y eso se consigue con el esfuerzo y con la exigencia. No se trata de ser un alumno sumiso y aplicado sino una persona que piensa, que trabaja, que dialoga y que exige. Y cuando haya algún fracaso, algún tropiezo, alguna decepción, hay que saber construir, con dos signos menos, un signo más.
Hace algunos años escribí un libro titulado Yo te educo, tú me educas. El título responde a la idea de que nosotros, los profesores, podemos ayudaros a ser mejores alumnos, mejores personas. Pero también a la convicción de que vosotros podéis hacemos mejores profesores y mejores personas.
Tienes que confiar en ti mismo. No basta que otros confiemos en ti. Paso a paso, día a día, se llega lejos. Si no te cansas, si no abandonas, lo conseguirás. Y no tengas miedo a pedir ayuda, si es que la necesitas. Apunta alto. Decía Wittgenstein: "Puesto que nuestros objetivos no son elevados sino mediocres, nuestros problemas no son difilces sino absurdos". Un abrazo.
Hace algunos años escribí un libro titulado Yo te educo, tú me educas. El título responde a la idea de que nosotros, los profesores, podemos ayudaros a ser mejores alumnos, mejores personas. Pero también a la convicción de que vosotros podéis hacemos mejores profesores y mejores personas.
Tienes que confiar en ti mismo. No basta que otros confiemos en ti. Paso a paso, día a día, se llega lejos. Si no te cansas, si no abandonas, lo conseguirás. Y no tengas miedo a pedir ayuda, si es que la necesitas. Apunta alto. Decía Wittgenstein: "Puesto que nuestros objetivos no son elevados sino mediocres, nuestros problemas no son difilces sino absurdos". Un abrazo.
MIGUEL ÁNGEL SANTOS GUERRA
Catedrático de Didáctica. Universidad de Málaga
no he podido terminar de leer el texto... me ha dado vergüenza
ResponderEliminarrecomendar un libro en pleno siglo XXI, el siglo de internet?
El texto está lleno de tópicos que ya conocemos. Necesitamos soluciones. Hay que utilizar sistemas que motiven al alumno. Explicar cosas útiles y ayudar a fomentar el esfuerzo individual.
Crear tres niveles educativos. El normal en que estarán todos, uno más bajo que dará clases a los que estén más rezagados para que sigan el nivel de la clase y un tercero de estudios avanzados
Para los más brillantes en cada asignatura. Hasta que se comprenda que un título no da un empleo no hay nada que hacer
Está claro que no te dedicas a la enseñanza. Recomendar un libro no, por favor, separar por niveles es mucho más didáctico. No dejemos que trabajen juntos, que se apoyen, que aprendan a colaborar, eso, para qué sirve?
EliminarMuy bueno el punto del comentarista: "Hasta que se comprenda que un título no da un empleo no hay nada que hacer". ¿Y el dueño del blog qué respondió? ¡Nada! Mejor que desactive los comentarios.
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