La situación del Deporte en España.
"Del podium al banquillo". David Moscoso.
David Moscoso es profesor de la Universidad Pablo de
Olavide (UPO) y responsable del Comité de Sociología del Deporte de la
Federación Española de Sociología (FES).
Los grandes deportistas nacen del deporte de base. Hay que asegurar el relevo generacional
Clausurados los Juegos Olímpicos de Londres 2012, no vale la
autocomplacencia. El balance de lo realizado por el equipo olímpico
español no es positivo en su conjunto. El número de medallas olímpicas
obtenidas continúa reduciéndose y el papel de disciplinas en las que
tradicionalmente destacaban los deportistas españoles ha sido poco
relevante.
El mayor éxito no estaba pronosticado, el del deporte femenino y las
nuevas disciplinas. Y estas circunstancias se producen pese a que, en el
deporte de alto rendimiento, los recursos económicos, en lugar de
contraerse, se han visto privilegiados.
En esta coyuntura, cabría la reflexión y, más aún, la autocrítica
sobre la situación del deporte en España. ¿Qué le está pasando al
deporte español? ¿Cómo están dando tan pocos frutos las becas del plan
ADO o los programas de alto rendimiento? ¿Será cosa de la crisis?
Es cierto que, en España, el deporte ha adquirido una importancia sin
precedentes en las últimas décadas, despertando auténticas pasiones en
la ciudadanía. A ello han contribuido las numerosas victorias de
deportistas españoles, como Nadal, Lorenzo, Mengual, Contador, Gasol,
Edurne Pasabán, entre otros, o las selecciones nacionales de fútbol y
baloncesto.
La prueba de esta creciente pasión es que una parte significativa de
la población española emplea su tiempo libre en ver deporte por
televisión (entre el 60% y el 70%, según datos del CIS) o en asistir a
espectáculos deportivos (el 47%). También son numerosas las personas que
reconocen a los grandes deportistas, a quienes los medios idolatran y
la juventud intenta emular. Estos datos contrastan, sin embargo, con
otra realidad, y es que tan solo cuatro de cada 10 españoles hacen
deporte (la mitad que en Noruega o Finlandia).
Habría que preguntarse, por tanto, si esa pasión es solo por el
deporte espectáculo y si está alimentada por el triunfalismo mediático
de la alta competición. Aún más, si no es más que una estampa retórica
que esconde un preocupante vacío y que corre el riesgo de ser algo
efímero, al no estar basada en una cultura de la práctica deportiva bien
arraigada en la población.
¿Cómo están dando tan pocos frutos las becas del plan ADO o los programas de alto rendimiento? ¿Será cosa de la crisis?
Como respuesta a estas preguntas me postulo por la tesis de que, en
las últimas décadas, la política deportiva española le ha dado al
deporte de competición una prioridad excesiva. Pese a ello, los éxitos
del deporte español en los últimos 20 años han sido fruto de la herencia
del pasado, y no el resultado de una continuada planificación
deportiva. Es decir, que, deslumbrados por los éxitos de Barcelona 92, y
hecha la apuesta por el deporte de alta competición, se nos ha acabado
el combustible y, salvo contadas excepciones, no tenemos garantizado el
relevo generacional.
No en vano, el grueso de la inversión pública realizada por nuestro
país en instalaciones y equipamientos deportivos se hizo antes de 1995
(el 84% del total). Además, el importante aumento experimentado en la
práctica deportiva de los españoles (un 17% entre 1975 y 1995) se debió a
los recursos destinados a través de los programas de promoción del
deporte de base, con la Ley 13/1980 General de la Cultura Física y el
Deporte, y el impulso de las campañas de Deporte para Todos de los años ochenta.
Pero, en la antesala de Barcelona 92, la citada Ley fue derogada por
la Ley 10/1990 del Deporte, cuya orientación perseguía la consolidación
del deporte de competición. Se aumentaron los recursos públicos
destinados al deporte de alto rendimiento, en detrimento de los recursos
asignados a la educación física y el deporte para todos. Y ello
proyectó una imagen elitista del deporte, que podría haber desalentado
su práctica entre la ciudadanía, especialmente entre los más jóvenes y
en unas disciplinas deportivas más que en otras.
No en vano, la encuesta del deporte realizada por el CIS refleja que,
entre 1995 y 2010, solo ha aumentado en un 1% el porcentaje de
españoles que realizan deporte. A su vez, las disciplinas más
representativas de la modernización del deporte español (como el tenis,
el baloncesto, el balonmano o el atletismo) son precisamente las que
vienen padeciendo en las dos últimas décadas una progresiva merma de
practicantes (entre uno y dos tercios menos que en 1990). De hecho, sus
federaciones se muestran preocupadas por las dificultades para crear
“cantera” con que reemplazar a los Gasol, Nadal, Barrufet y tantas otras
figuras del deporte español. O sea, que, paradójicamente, el éxito de
estas disciplinas en el ámbito de la competición se ha convertido en la
principal causa de su evanescencia.
Esta reflexión puede contribuir a un debate serio sobre las
dificultades que ha mostrado el deporte español en Londres 2012, más
allá de las candilejas de éxitos puntuales. Estoy convencido de que los
grandes deportistas nacen a través del deporte de base, y de que, si
este no es apoyado, no tendremos garantizado el relevo generacional de
nuestros actuales grandes campeones. Una política basada exclusivamente
en apoyar el deporte de competicion es, a largo plazo, su peor enemigo.
Si ese apoyo no va acompañado de una adecuada política que promocione el
deporte de base, el futuro del deporte olímpico español se atisba poco
halagüeño.
Fuente: El País
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