Estamos hecho un lío. José Antonio Marina
Estamos hechos un lío. El jueves pasado di la conferencia inaugural de unas Jornadas organizadas por las Facultades de Derecho y de Psicología de la Universidad de Comillas sobre “Psicología y Derecho del Menor”, un tema interesante para la educación, porque trataba, entre otras cosas, de cómo se define y mide la madurez de un adolescente. Titulé mi conferencia “Las edades inciertas en Derecho”.
El derecho que afecta a la infancia y a la juventud es caótico. No hay acuerdo en las legislaciones entre países ni en la legislación dentro de cada país. La responsabilidad penal comienza en unos Estados a los 7 años (Australia, India, Irlanda, Reino Unido, Sudáfrica, Estados Unidos). Hay otros en que no hay edad mínima (México, Polonia, Luxemburgo, Mauritania), por lo que un niño puede ser condenado aunque tenga 4 años. En Estados Unidos hay más de cien casos de niños condenados a cadena perpetua sin remisión por crímenes cometidos antes de los 13 años. El caos legislativo se da también dentro de cada Estado. En España, los términos “adolescencia” o “juventud” no tienen contenido legal. Sólo existe minoría o mayoría de edad, de manera que la infancia llega hasta los 18 años. Ante esta situación, algunas Comunidades Autónomas están definiendo la infancia hasta los 12 años, y la adolescencia de 12 a 18. Pero el acceso a los derechos se hace progresivamente, en este orden tan extraño: a efectos penales hay cuatro edades diferentes, 14, 16, 18 y 21 años; a los 13 años se considera que una niña tiene madurez suficiente para mantener relaciones sexuales consentidas con un adulto, a los 14 los niños pueden casarse con dispensa judicial y emanciparse, reconocer un hijo tenido dentro o fuera del matrimonio, hacer testamento, y sacar permiso de armas de fuego; a los 16 tienen derecho a decidir sobre todo lo que afecte a la salud, y a tomar decisiones sobre el aborto sin conocimiento de los padres; también pueden trabajar y, por lo tanto, pagar impuestos. Pero hasta los 18 no puede beber una cerveza ni, por supuesto, votar. ¿Por qué somos tan incoherentes? Un segundo lío. Por otra parte, el tradicional concepto de “patria potestad” ha entrado en conflicto con el principio del “superior interés del menor” que debe regir toda la legislación sobre el niño. El Derecho ha dado un colosal bandazo, porque la patria potestad ha pasado de ser un conjunto de derechos que tenían los padres hacia sus hijos, a ser sólo un conjunto de deberes. La figura de los padres se ha vuelto sospechosa. Se ha convertido en dogma la ocurrencia de Freud: “Hagan lo que hagan, los padres lo harán siempre mal”. En Francia, la influencia de Françoise Dolto en este sentido fue demoledora. En nuestro país, el año 2007 se eliminó un párrafo del artículo 154 del Código Civil, que decía “los padres podrán corregir moderada y razonablemente a los hijos”. La prensa saludó al día siguiente la medida con espectaculares titulares: “Suprimida la bofetada del Código Civil”, “El Código Civil acaba con el maltrato físico”. Nada de eso estaba, por supuesto, en la frase eliminada. Estos y otros ejemplos me convencen de que mientras la sociedad no se aclare sobre estos temas, la educación no prosperará. O sea, que son los adultos quienes tenemos que volver a la escuela.
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