Leer, escribir, hablar y escuchar
F. JAVIER MERCHÁN IGLESIAS
Catedrático de Secundaria y Profesor de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla
Reconociendo los avances, claramente puede decirse que la eficiencia de la escuela para producir una alfabetización crítica de la población es manifiestamente mejorable
Hay un gran consenso entre los docentes a la hora de señalar a la lectura comprensiva, la expresión oral y escrita o el cálculo y razonamiento, como los principales problemas que dificultan la adquisición de conocimiento por parte de los alumnos. A este respecto, por cierto, también hay consenso en considerar que las denominadas pruebas Escala, que desde hace varios años realiza por estas fechas la Consejería de Educación para comprobar el nivel de competencia del alumnado, son perfectamente prescindibles: no nos dicen nada que no sepamos y realmente contribuyen poco a la solución de los problemas que se pretenden detectar. Su persistencia no se justifica por su utilidad.
El caso es que, al margen ahora de la supuesta virtualidad de las pruebas, sin necesidad de ellas, los docentes saben que las deficiencias en estos recursos instrumentales son la pieza clave que explica el fracaso académico de muchos alumnos y la ralentización del logro en la adquisición de conocimientos, y saben que en este asunto estamos lejos de alcanzar las metas deseables y esperables. Reconociendo los avances producidos en los últimos cincuenta años, claramente puede decirse que la eficiencia de la escuela para producir una alfabetización crítica de la población, es manifiestamente mejorable.
Entre otros objetivos, la sociedad encomienda al sistema educativo promover en los alumnos la capacidad de razonamiento, así como la adquisición de conocimientos que ayuden a entender y discernir sobre el mundo social y material. Para ello resulta imprescindible el manejo de los códigos de la comunicación con los que se expresa y transmite la cultura, es decir, entender lo que se lee, explicar lo que se quiere decir, entender lo que se oye y razonar sobre lo que queremos saber; sin ese dominio, es mucho más difícil el ejercicio de la ciudadanía y la adquisición de conocimiento.
Se dice que el actual modo de vida de los jóvenes es un pesado hándicap para formar en habilidades que requieren una disposición muy diferente. Sin embargo, habiendo mucho de cierto en ello, tal cosa no puede ser una excusa o justificación, pues hoy el encargo de la sociedad es el de alfabetizar a esos niños y jóvenes, no a los de hace 50 años.
Ahora bien, no es menos cierto que la actual estructura de la escolarización, con sus horarios rígidos, asignaturas cerradas, gestión muy burocratizada, exámenes convencionales… lejos de aportar la solución, está convirtiéndose en parte del problema. Siendo el conocimiento un asunto complejo, la institución escolar tiende a simplificarlo. Transmitiendo a los alumnos la idea de que saber consiste meramente en reproducir lo que otros saben, el texto no se lee, se copia; las ideas no se escriben, se imprime lo que otro ha escrito. Si miramos los libros de texto y buena parte de las rutinas que se practican en el aula, las llamadas actividades no consisten realmente en pensar sobre una pregunta o problema, sino en buscar la página en la que se encuentra la respuesta. Generalmente los alumnos no estudian, es decir, no trabajan sobre un problema de conocimiento, sino que preparan exámenes. Y los exámenes, ya se sabe, no son exactamente un recurso para dar cuenta del conocimiento que se tiene sobre un asunto, sino para reproducir lo más fielmente posible lo que el profesor les dijo o lo que consta en los apuntes tomados de internet o en las páginas del libro de texto. En realidad, cuando, por ejemplo, se pregunta por las causas de la revolución industrial, la pregunta es dime las cuatro causas de la revolución industrial que te dije ayer. De esta forma, leer, escribir, hablar, escuchar y pensar, son tareas que acaban siendo prácticamente actividades extraescolares.
Se habla mucho del fracaso escolar refiriéndose al rendimiento de los alumnos, pero quizás sea más importante pensar sobre el fracaso de un sistema que en los albores del siglo XXI funciona de la misma forma que en el siglo XIX. Contengamos la irrefrenable tendencia a señalar culpables -generalmente, se dice, los docentes-. Vale más analizar los problemas y tomar nota de las múltiples experiencias que se vienen sucediendo en España y en otros países. A este respecto tanto en los medios de comunicación generales como en los profesionales se viene dando cuenta de tendencias prometedoras que, inequívocamente, pasan por cambios significativos en la estructura actual de la escolarización. Cambios de calado que no pueden producirse de la noche a la mañana pero que son viables si se establecen objetivos y estrategias. Para estos cambios es necesario apelar a la política, a la política educativa y a otras, pues, por sí solas, las escuelas y los profesores carecen de los recursos que requiere su reforma. Esperemos, por cierto, que el pacto educativo no sea el parto de los montes.
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