Despertar al Diplodocus.
JOSÉ ANTONIO MARINA.
Las Reformas Educativas.
PUBLICADO EN LA TRIBUNA EDUCACIÓN: JOSÉ ANTONIO MARINA DEL DÍARIO EL MUNDO (2-2-2012)
El autor cree que la reforma educativa propuesta por el Gobierno no mejora sustancialmente el sistema de enseñanza. Aboga por el consenso político y por introducir métodos docentes más eficaces para combatir los males de la escuela
Hace
años, escribí un artículo titulado El diplodocus dormido, en el que
comparaba nuestro sistema educativo con un poderoso diplodocus… dormido.
Todo es gigantesco: más de siete millones de alumnos; más de 650.000
profesores; el 4′5% del PIB. ¿Por qué sigue dormido? ¿Qué hay que hacer
para que despierte?
En
el sistema judicial estadounidense hay una figura admirable: el amicus
curiae. Se llama amigo del tribunal a las personas o instituciones que
quieren ayudar a los jueces mandándoles información relevante para algún
caso. Me gustaría ser un amigo de la Administración educativa. Deseo
que el nuevo ministro, José Ignacio Wert, tenga éxito, igual que se lo
deseé a sus antecesores. En una sociedad como la española, con una larga
y nefasta tradición de enfrentamientos ideológicos sobre la Educación
-no olvidemos que la discusión sobre el articulo 27 de la Constitución
estuvo a punto de romper el consenso constitucional-, he intentado
mantenerme a salvo de las disputas de partido o de confesiones
religiosas. Mi único interés es defender a mis alumnos reales o
posibles. Nuestro sistema educativo no los está tratando bien. Está
limitando sus posibilidades. Son víctimas y no culpables.
Debemos
mejorar un sistema estancado, insuficiente para mantener nuestro nivel
de vida económico y ético en los tiempos que vivimos. Un sistema que no
alcanza una buena calificación en ninguna de las evaluaciones a que se
somete. Los criterios de evaluación son cuatro: el índice de fracaso
escolar, el índice de abandono escolar, la medición internacional de
competencias (PISA, ejemplo), y la empleabilidad de los jóvenes.
Nuestros resultados no son buenos y, en algunos aspectos, rematadamente
malos.
El
martes, el ministro de Educación y Cultura presentó sus planes. Creo
que fue precipitado, porque tenía muy poco que decir. El mundo educativo
es extraordinariamente complejo, difícil de entender para un profano.
Les pondré un ejemplo. Antes he distinguido entre fracaso escolar y
abandono escolar. ¿Cuál es la diferencia? El fracaso escolar se mide por
el número de alumnos que no consiguen la titulación de Enseñanza
Secundaria Obligatoria. El abandono escolar se mide por el número de
alumnos que, después de terminar la ESO, no siguen los estudios
superiores. En ambos casos, tenemos cifras insoportables. Además, el
ministro tiene que contar con que es un tema muy ideologizado, y
convendría que superara ese enfrentamiento. La precipitación en la
presentación del programa ha quedado de relieve en los titulares de la
prensa de ayer. Parece que el asunto transcendental de nuestra Educación
fuera la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿A qué viene
resucitar un debate absurdo, ideologizado, torpe y anacrónico? Estaré
encantado de que se suprima esa asignatura y se recuperen los cursos de
Ética que había antes de la LOGSE. Y es necesario hacerlo, porque en
algún momento tendrán que oír hablar nuestros alumnos de ética, es
decir, de principios morales universales, y no confesionales o
familiares. Pero da la impresión de que lo importante es volver a armar
la gresca educativa, y olvidarnos de todo lo demás. Anunciar como gran
iniciativa cambiar la Educación para la Ciudadanía y los Derechos
Humanos por otra asignatura que se llame Educación Cívica y
Constitucional me parece una broma. Pero no voy a seguir en este debate,
porque lo importante está en otro lugar.
¿Y
qué ha dicho el ministro, además de esto? Pues que debemos buscar la
excelencia educativa, y que los socialistas se equivocaron al anteponer
la igualdad a la eficacia. Estoy de acuerdo, pero aquí nos encontramos
con una patología de nuestra vida política: la arbitraria adjudicación
de los valores. Familia, derecha. Divorcio, izquierda. Excelencia,
derecha. Igualdad, izquierda. Progreso económico, derecha. Justicia
social, izquierda. Derechos, izquierda. Deberes, derecha. Libertad,
izquierda. Orden, derecha. Hedonismo, izquierda. Esfuerzo, derecha.
Espontaneidad, izquierda. Disciplina, derecha. Innovación social,
izquierda. Conservadurismo, derecha. Utopía, izquierda. Realismo,
derecha. Estado, izquierda. Mercado, derecha.
Este
maniqueísmo es infundado, no resiste el menor análisis histórico,
filosófico o sociológico, pero es mantenido como elemento de marketing
por todo los implicados. Hay una propuesta sensata: socialismo de las
oportunidades y aristocracia del mérito. Y no parece que haya que darle
más vueltas.
Volvamos
al ministro. Ha propuesto la eliminación del cuarto curso de la ESO,
para sustituirlo por un primer curso obligatorio de Formación
Profesional o de Bachillerato. ¿Y para qué meterse en este berenjenal
que exige una acomodación legislativa complicada? No me parece ni bien
ni mal: es que no lo entiendo. Se lo explicaré de nuevo a los lectores
profanos. En España, la enseñanza obligatoria termina a los 16 años. A
partir de ahí, el alumno puede no seguir estudiando, estudiar
Bachillerato o estudiar Formación profesional. Si se adelanta el
Bachillerato un año, se convierte en obligatoria una enseñanza que era
voluntaria, y el Estado tiene que financiarla incluso en los colegios
concertados. ¿Va a financiar todo el Bachillerato en todos los centros?
¿Qué ventaja educativa reporta este cambio?
Tenemos,
en efecto, el problema de que muchos alumnos no quieren estudiar y
están obligados a permanecer en el aula hasta los 16 años, pero la LOCE
de Pilar del Castillo había buscado una solución más sencilla y
equitativa. Había un itinerario en los dos últimos cursos de secundaria,
más enfocados a lo profesional. Pero al final, todos los alumnos
recibían la misma titulación, con lo que, pasado el sarampión
adolescente, muchos podían redirigir su futuro hacia estudios
superiores. El Partido Socialista se opuso a este plan, con argumentos
muy endebles, y triunfó.
Con
toda razón, el ministro se ha preocupado por la Formación Profesional.
Ha optado por el modelo alemán. Hablaré de nuevo para las personas
ajenas a la Educación. La Formación Profesional puede concebirse de dos
maneras: educación profesional escolar o educación profesional laboral.
Aquella se da en la escuela y ésta en los centros de trabajo. El modelo
alemán se centra en la empresa -retoma la figura del aprendiz- pero con
la obligación de que acudan al centro escolar un promedio de 15 horas a
la semana. Ventajas: la educación en la empresa es muy eficaz.
Inconvenientes: que los empresarios tienen que ofertar puestos de
aprendiz y, por lo tanto, la orientación educativa está a merced de lo
que las empresas necesiten. ¿Qué pasa si los empresarios no ofertan
plazas? Que no hay educación profesional. La oferta de plazas de la
enseñanza pública está a expensas de las necesidades y los intereses de
las empresas, que van a pagar. O lo que es igual, la capacidad del
Estado para organizar la Formación Profesional es muy escasa. ¿Qué pasa
si esa empresa quiebra? Que el alumno ha tenido formación sólo para esa
empresa y le resulta difícil la recolocación.
Este
modelo ha funcionado muy bien en Alemania, pero en los últimos años
está aumentando la educación profesional escolar. Me parece estupendo
pedir colaboración a los empresarios para fomentar los puestos de
aprendices, pero sin depender únicamente de ellos. Necesitamos una
Formación Profesional para el futuro, y no sólo para el presente.
Hay
otras iniciativas que me parecen excelentes: la enseñanza generalizada
en inglés, y un MIR para capacitar a los docentes. Hay, sobre todo, una
buena noticia: no habrá otra nueva ley educativa. Pero me atrevería a
darle un consejo al ministro. De lo que se trata es de mejorar todo el
sistema, de iniciar un proceso de cambio. Y para eso debemos aprender de
las experiencias que han funcionado en otros países. Voy a mencionar
sólo dos estudios. El Informe Mckinsey lo dejó claro, después de
analizar las políticas educativas de 20 países. ¿Cómo se convierte un
sistema de bajo desempeño en un sistema de éxito? Mejorar el desempeño
es mejorar la experiencia de aprendizaje en el aula. Y esto depende de
mejorar la manera de enseñar más que los contenidos curriculares. Lo que
hay que mejorar son los profesores, las técnicas de enseñanza, la
autonomía y estructura de los centros, los equipos directivos. Es un
problema de gestión, de movilización, de formación. Un sistema educativo
puede cambiar en cinco años.
A
las mismas conclusiones llega Michael Fullan, un especialista en
evaluar reformas educativas. Necesitamos iniciar un proceso de cambio
educativo, y hay que tener una clara hoja de ruta. El cálculo temporal
es parecido: cinco o seis años es suficiente para lograrlo. Nosotros
llevamos siglos sin conseguirlo.
Tenemos
claro que necesitamos formar personas competentes, buenos ciudadanos,
capaces de elaborar sus proyectos de futuro, resistentes, innovadores,
responsables. Tenemos un presupuesto educativo escaso pero suficiente si
se gestiona bien, tenemos buenas estructuras educativas. ¿Qué nos
falta? Gestionar el cambio educativo. Introducir procesos de mejora, de
rediseño, de transformación. Estos procesos complejos tienen sus propias
dinámicas que, a costa de muchos fracasos, conocemos ahora. En
conclusión: hay que despertar al diplodocus.
José Antonio Marina es filósofo, ensayista y autor de títulos como La educación del talento o La inteligencia fracasada.
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