Una grieta en el muro
(Cuento: la música como herramienta de paz y convivencia)
Marcos estaba cansado de preguntar a su madre qué había detrás de aquel muro gris y polvoriento que veía desde la ventana de su habitación mientras ensayaba con su trompeta. Estaba cansado de recibir siempre la misma respuesta.
—Detrás del muro no hay nada —decía su mamá—. Al menos nada que le importe a un crío como tú. Ya te lo explicaré cuando seas mayor.
Su amigo Pablo le había contado historias sobre ogros, dragones y fantasmas que vivían más allá del muro donde acababa la ciudad. Aquel muro había sido construido por los antepasados de todos los niños y niñas del colegio para contener a estas criaturas fantásticas que en otro tiempo habían intentado devorarlos. Esas historias no hacían más que incrementar el interés de Marcos por aquel monstruo de piedra que lo vigilaba desde la distancia.
Algunas mañanas, cuando estaba nervioso y se despertaba tan temprano que la luz aún no había llenado el día, veía salir el sol tras aquella barrera de hormigón. “Un lugar donde nace algo tan bonito no puede ser malo”, pensaba. “Seguro que es divertido, porque el sol pasa allí toda la noche y siempre se levanta contento”.
Una tarde, no pudo aguantar más. Al salir de clase en lugar de salir a jugar se dirigió al muro. Iba canturreando para darse ánimos a si mismo, como siempre que estaba nervioso. Cuando llegó se sintió como un ratoncito encerrado en una caja de zapatos. Pero él no era un ratón y buscaría una forma de atravesar al otro lado porque, al fin y al cabo, a eso había ido hasta allí.
Marcos empezó a caminar junto al muro. Iba tocando los ladrillos para recordarse que aunque era pequeño y el muro grande, cada uno de los ladrillos era más pequeño que él. Entonces descubrió que algunos ladrillos no estaban pegados perfectamente y que se habían formado pequeñas grietas que alguien había intentado tapar para que no se pudiera ver a través de ellas.
Acercó su cara a una de las grietas y pudo ver algunas casas viejas y un campo con unas cuantas cabras y ovejas. Se sintió un poco decepcionado porque no había ni rastro de ogros ni de fantasmas. ¿Por qué era necesario, entonces, levantar un muro y evitar que alguien de la ciudad se acercase allí si solo hay animales de granja y una cuantas casas? Todo le parecía muy raro.
Siguió recorriendo el muro para encontrar otra rendija desde donde ver mejor. Tras una caminata encontró un hueco lo suficientemente grande como para meter el brazo. En ese momento le pareció oír a su abuela: “no metas la nariz donde no te llaman” y pensó que tampoco debía meter el brazo. Pero le pudo la curiosidad.
Un escalofrío recorrió su espalda cuando sintió cómo algo le agarraba fuerte de la mano. Marcos estaba a punto de gritar, pero el terror ante lo desconocido desapareció al ver que quien le agarraba la mano era una niña de su misma edad.
—¡Hola! —le dijo—. ¿Cómo te llamas?
Pero ella no respondió. Quizás también tenía miedo. Marcos se sentó en el suelo frente al muro y la niña hizo lo mismo, de forma que ambos podían mirarse a través de la rendija. Marcos comenzó a hablar, le dijo que aunque esperaba descubrir dragones se alegraba de ver que tras el muro había un mundo como el suyo, con niños curiosos como él, que querían saber qué se escondía al otro lado. Pero la niña no hacía más que encogerse de hombros. Era evidente que no entendía nada.
Marcos volvió a canturrear para tranquilizarse, como siempre que estaba nervioso. Entonces la niña del otro lado del muro se puso a cantar también. Era la misma canción que entonaba Marcos, seguro. Una de las canciones populares que le había enseñado su profesora y que siempre gustaba a su familia cuando ensayaba en casa con la trompeta. Una canción muy antigua, que conocían también sus abuelos y que todo el mundo cantaba alegremente cuando él se ponía a tocar. La niña cambiaba las palabras y cantaba en otro idioma que Marcos no entendía, pero su entonación era perfecta.
Marcos dedujo que sería mucho más antigua que aquella mole de hormigón que los separaba y su música había sobrevivido a tantos años de incomunicación. Estaba feliz: ¡por fin había descubierto qué escondía aquel muro! Eran personas iguales que él, con sus alegrías y sus tristezas, con sus esperanzas y sus miedos, sólo que a ambos los separaba un estúpido muro sucio.
La tarde siguiente regresó a la grieta del muro esperando encontrar a la niña. Esta vez llevaba su trompeta. Pensaba que si tocaba la música de la canción su nueva amiga podría cantarla. En efecto, allí estaba la niña de ojos grandes esperándole. Pero para su sorpresa, la niña había traído un clarinete. En cuanto empezó a tocar las notas de aquella canción, ella se unió a la melodía y tocaron a dúo hasta el final de la canción. Justo entonces se miraron y soltaron, también al unísono, una sonora carcajada de felicidad. Les había bastado una pequeña rendija a través de la cual mirarse, una grieta en el muro por la que pudiera pasar la música. Por fin habían podido entenderse.
Marcos volvió cada tarde a ver su nueva amiga, llevándole partituras que él mismo copiaba a mano en bonitos papeles de colores. Cada día, llegaban más y más niños y niñas a escuchar las canciones que Marcos y su amiga compartían a uno y otro lado del muro. Algunos también llevaban sus instrumentos y nuevos papeles con canciones que pasaban a través de las rendijas que iban abriendo entre los ladrillos. Cada vez había más canciones en el aire y más huecos en la pared.
Cuando la música se hizo tan poderosa que llego a oídos de los adultos se acercaron al muro temerosos. Ellos habían aprendido que aquel muro separaba dos pueblos que siempre habían estado en guerra y los protegía de los posibles ataques de sus enemigos. Pero los niños, que no sabían nada de esa guerra, habían abierto tantas rendijas en la pared que habían dejado al descubierto el “otro lado”. Un mundo donde todos los hombres y mujeres son iguales, independientemente de dónde hayan nacido o cuál sea su religión. Y aquellas rendijas se habían convertido en pasos a través del muro que, gracias al esfuerzo de los niños y niñas, ya nunca podrían volver a cerrarse.
•Texto de Xosé Alberte López Arias e ilustración de iiago para Ayuda en Acción.
•Este material forma parte del programa educativo AHORA TOCA…
•Puedes descargar y leer el cuento en todos estos idiomas: CASTELLANO | CATALÁN | GALLEGO | EUSKERA | VALENCIANO | INGLÉS
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Ayuda en Acción y la Fundación Barenboim-Said presentan en un cuento a la música como herramienta de paz y convivencia
Ayuda en Acción ha presentado el cuento "Una grieta en el muro" como parte central de su campaña "Música de colores". La historia, escrita en colaboración con la Fundación Barenboim-Said, proporciona un relato en torno a la capacidad de la música para establecer puentes de unión y diálogo entre personas de sociedades enfrentadas.
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