Dudas sobre la enseñanza bilingüe.
Catedrático de Secundaria y Profesor de la Universidad de Sevilla
FUENTE:
diariodesevilla.es
Una de las dudas que suscita el programa de enseñanza bilingüe es la de si realmente mejora de forma significativa el aprendizaje de otro idioma
Una de las dudas que suscita el programa de enseñanza bilingüe es la de si realmente mejora de forma significativa el aprendizaje de otro idioma
El programa de enseñanza bilingüe impulsado por casi todas las comunidades autónomas - Andalucía incluida-, es de esas cosas que llegan a gozar del estatus de verdad incuestionable. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, vienen expresándose algunas dudas acerca de la supuesta virtualidad, no de aprender otro idioma, sino de utilizar la enseñanza de la Historia, la Biología o la Física para ello.
A decir verdad, el programa bilingüe en sí mismo carece de fundamentos teóricos consistentes que avalen sus ventajas y posibilidades, aunque, eso sí, se trata de un producto ampliamente elogiado y publicitado por las administraciones educativas españolas. En realidad ya es algo pretencioso -y algo engañoso- denominarlo bilingüe, cuando, realmente, consiste en que algunas materias, en algunos momentos, se imparten en otro idioma, lo que dista mucho de lo que realmente es el bilingüismo. Por otra parte, la misma existencia del programa bilingüe pone de manifiesto la desconfianza de las administraciones hacia los docentes que imparten idiomas en los centros escolares; parece que la enseñanza de las asignaturas de inglés o francés, por ejemplo, no produce los resultados deseados, de aquí que -más que analizar este presunto fiasco y acometer las actuaciones que fueran necesarias- se opta por complementar el aprendizaje de idiomas con una especie de muleta que termina brillando más que asignatura de inglés o francés. Ciertamente el dominio de idiomas es hoy casi un requisito para la inserción en el mercado laboral, de manera que con el programa de enseñanza bilingüe la política educativa hace gala de ofrecer a los ciudadanos -no a todos- un producto que facilitará su incorporación a puestos mínimamente cualificados, es decir, lo que el sociólogo Marín Criado denomina un bien de salvación. Sin embargo, no está claro que la mercancía no esté averiada. El programa de enseñanza bilingüe se basa de manera implícita en el supuesto de que mientras más tiempo se practique un idioma y se haga en contextos más diversos, mejor y más rápido se aprenderá. Este argumento es indiscutible si nos referimos a situaciones de la vida cotidiana, aunque no es tan evidente cuando se trata del contexto escolar. En este caso, la relación de los alumnos con el conocimiento es muy peculiar, de manera que recibir a tiempo parcial enseñanza de una asignatura en otro idioma no es lo mismo que practicar el idioma cuando se va a la compra, se coge el autobús o se pasea con los amigos. Precisamente una de las dudas que suscita el programa de enseñanza bilingüe es la de si realmente mejora de forma significativa el aprendizaje de otro idioma.
Otro de los asuntos sobre el que se proyectan dudas es el de los daños colaterales que los programas bilingües pueden producir. Me refiero, en primer lugar, a la cuestión de si no resulta empobrecido el aprendizaje de las materias que parcialmente se enseñan en otro idioma, es decir, si los alumnos adquieren conocimientos apropiados en Historia, Física o Biología. Al respecto no disponemos de estudios solventes, pero es una de las dianas sobre las que disparan los críticos con el programa de enseñanza bilingüe. El otro asunto se refiere a los posibles efectos segregadores que se producen cuando en un centro no todos los alumnos están adscritos al programa. A este respecto, se ha podido constatar que el perfil sociocultural de las familias que se adscriben es muy distinto al de los que no lo hacen. En primer caso se trata de familias más informadas, con recursos para costear clase de apoyo y con un estatus superior al segundo. De esta forma, a modo de daño colateral, el bilingüismo sería un factor de segregación social entre unos y otros centros y, en muchos casos, dentro de los propios centros.
De lo dicho hasta ahora no debería desprenderse un rechazo al programa bilingüe y -por supuesto- a la necesidad de que la institución escolar promueva el aprendizaje de idiomas. Se trata más bien de llamar la atención sobre el hecho de que el programa bilingüe no es una verdad incuestionable. Existen dudas razonables acerca de si esta es la mejor fórmula para lograr ese objetivo. A la hora de dilucidar sobre estas incertidumbres, nos encontramos con que -llamativamente- sobre el programa bilingüe no se ha hecho ninguna evaluación rigurosa e independiente. Los responsables de la política educativa alaban constantemente las virtudes de la evaluación siempre que se trate de evaluar a otros; en este caso harían bien en tomar su propia medicina
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