Teresa y el Estado
Inspectores de Educación
Las ayudas que reciba Teresa no pueden derivar de la caridad, aunque ésta suponga solidaridad, sino de su cualidad como ciudadana
Tenemos la enorme suerte de desarrollar un trabajo que, en muchas ocasiones, nos conecta con cuestiones esenciales de nuestra sociedad. Hace días, con motivo de una visita al Colegio de San Juan de Dios, conocimos a Teresa, una niña de seis años que vive permanentemente en una silla de ruedas, con su pequeña cabeza doblada, a pesar de los ingentes esfuerzos de su fisioterapeuta que lucha por dotar a su cuello de fuerza y sensibilidad. Cuando te acercas y reclamas su atención, a pesar de que no te mira, esgrime una sonrisa que estremece y que puede llegar a comunicar más que todas las palabras que no puede pronunciar. Al colocarnos delante de Teresa, pudimos vivir una de las emociones más profundas, no sólo por un auténtico sentimiento de compasión, sino porque nos encontrábamos ante la conciudadana que, con más legitimidad, da sentido a nuestro quehacer diario.
Precisamente por su discapacidad, que siempre es un desamparo que aboca a una dependencia extrema de los demás, queremos colocar a Teresa como clave de lo que debe ser nuestra sociedad y hacia dónde deberíamos caminar. La injusticia que sufre sólo puede paliarse con la aplicación de los valores humanos que, históricamente, hemos llamado Humanismo. Las ayudas que reciba Teresa no pueden derivar de la caridad, aunque ésta suponga solidaridad, sino que su cualidad como ciudadana, le otorga derechos fundamentales en su máxima expresión. En la medida que Teresa esté amparada por una comunidad que la hace suya, esa comunidad será más fuerte y más democrática. En la medida que la comunidad abandone a su suerte a Teresa, aquélla será más débil y más totalitaria. O todos somos Teresa o estamos condenados a la indignidad.
En un momento histórico de regresión de derechos fundamentales, conquistados a lo largo de décadas, que llevan a desarrollar mecanismos de supervivencia, especialmente, a los más débiles, el bienestar de Teresa puede estar amenazado. En aras de una economía que sólo busca la mal entendida rentabilidad, Teresa está en peligro. Sin embargo, estamos convencidos que un país funcionará mejor, en todos los sentidos, en la medida que cuide de todos sus ciudadanos y ciudadanas. Entre otros motivos, porque creará un entorno de identidad social, de seguridad colectiva, imprescindibles para que una sociedad progrese auténticamente.
A veces la vida nos coloca delante a personas como Teresa, que encarnan mejor que nada y que nadie grandes ideas y teorías, a las que se dedican ríos de palabras. Estamos inmersos, desde hace tiempo, en una polémica sobre el papel del Estado en la educación, con dos posiciones enfrentadas que podrían resumirse así: necesidad de un Estado fuerte que garantice el ejercicio del derecho a la educación para todos, a través de la enseñanza pública como vía de formación integral de ciudadanos libres y críticos que defiendan nuestros valores comunes; en el otro polo se encontrarían los partidarios de un Estado débil o mínimo que simplemente garantice, como mero gestor, el derecho de los padres a elegir, dentro de las leyes del mercado, la educación que deseen para sus hijos y que por supuesto, no adoctrine bajo ningún concepto en valores de ningún tipo, ya que el único derecho ciudadano a garantizar sería el ser educado como cada cual desee. No duden que esta polémica se reproducirá, bajo formatos y disfraces diferentes, en la discusión que se nos avecina sobre el pacto de la educación. ¿Qué tiene que ver Teresa en este asunto? Simplemente, pregúntense, y respóndanse con sinceridad, qué pasaría con Teresa en uno u otro modelo. ¿Cuál de ellos garantiza mejor su derecho a la educación?
Teresa somos todos, porque es una de las nuestras. Teresa somos todos, porque, egoístamente, todos podemos llegar a ser Teresa. Por este motivo es tan importante un Estado que la proteja, que le permita vivir una vida digna y plena, según sus circunstancias, y que salvaguarde los derechos de su educación, de su salud, de su necesaria vida en comunidad. En la medida que la vida de Teresa sea más segura, confortable y estimulante, lo será la de todos nosotros.
Estas palabras son un homenaje a Teresa y a todos los que la acompañan, cuidan y hacen que viva la mejor vida posible. Pero, sobre todo, con este artículo pretendemos dar un grito de alerta, para que, lejos de debilitarse, se fortalezca el Estado que protegiendo a Teresa, nos protege a todos, salvaguardando los derechos fundamentales que otorgan dignidad a quienes los disfrutan y a quienes luchan por ellos.
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