domingo, 20 de septiembre de 2009

Nos corresponde a todas y a todos



Nos corresponde a todas y a todos
Rosario Valpuesta
En el recién comenzado curso escolar ha surgido de nuevo el interés público por la disciplina que han de mantener los estudiantes en los centros escolares o, mejor dicho, la casi ausencia de la misma por parte de jóvenes y adolescentes. Un tema que trae de cabeza a las profesoras y profesores que diariamente tienen que enfrentarse a la ingente tarea de trasmitir unos conocimientos a quienes no los valoran, porque están en otra, al mismo tiempo que educar a nuestros hijos, así como preparar a los ciudadanos de este país.

Demasiados objetivos para unos profesionales que se formaron en distintas disciplinas académicas y a los que se les ha dejado la responsabilidad de cuidar, educar, preservar, construir, guardar, y un largo etcétera, a los que en el futuro nos dirigirán. Y todo ello sin más armas que sus conocimientos académicos y una excelente disposición para recibir y aguantar cada día a las chicas y chicos que la sociedad en su conjunto deposita en sus aulas.

Para atajar esta situación se ha recurrido al concepto de autoridad, la que se quiere acentuar con el fin de dotar a los profesores de herramientas jurídicas ante los ataques de los padres que desfogan su frustración por los resultados académicos de sus hijos. Desfogarse en los únicos que han hecho algo por ellos en este sentido. La medida puede ser acertada aunque es insuficiente, porque el problema tiene más calado. No se trata solo de que haya una respuesta penal adecuada a los excesos de los progenitores; se requiere además que todas y todos nos impliquemos en la realización de unas funciones que nos corresponden y de las que somos protagonistas. Protagonistas como madres y padres que han de ser cómplices, y no enemigos, de los profesores. En la sociedad de la exuberancia en la que nos hemos instalado, la maternidad y la paternidad se está afrontando de forma desmedida, hasta el punto de convertir un proceso natural, cual es el de tener un hijo y educarlo, en un hecho excepcional llamado a trastocar todas las reglas de convivencia hasta el punto de colocar a los hijos en el centro de un universo propio que poco o nada tiene que ver con sus necesidades reales. El capricho infantil se convierte en regla, la rebeldía de la adolescencia en un hecho inevitable y fatídico al que debemos doblegarnos sin más comentarios. Y así se renuncia por parte de los padres a cualquier proyecto educativo que no sea el de facilitarle a los hijos las mejores condiciones materiales para que hagan lo que estimen más oportuno. Lo demás, las referencias éticas, la modelación de la personalidad, la formación ideológica, pasa a un segundo plano en el mejor de los casos.

También deben ser protagonistas las autoridades educativas, que han de dar un apoyo más decidido a las profesoras y profesores que en la actualidad perciben, con razón o sin razón, que afrontan en solitario unas funciones que no les corresponden, y para cuya realización cuentan con pocos medios y menos autoridad, hasta el punto se sentirse solos y abandonados. Pero protagonista ha de ser también el resto de la sociedad, que debe arropar con su complicidad y compromiso a los que son suyos, porque por ella trabajan. Y los demás profesionales, los que debemos poner en valor el trabajo de los profesores, porque todas y todos hemos dimitido de nuestra responsabilidad en la educación de las futuras generaciones.

Rosario Valpuesta es catedrática de Derecho Civil de la Pablo de Olavide
"El Correo de Andalucía" 19-09-2.009

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