Fiesta del libro
Antonio Gala 
Se ha dicho: el fin de la literatura ha llegado; los hombres aprenden 
escuchando y mirando; la imagen tomó posesión de la cultura. No lo puedo
 creer. Acaricio los libros y pienso que ellos siguen siendo pontífices;
 abaten, al abrirlos, sus puentes levadizos entre una y otra época, uno y
 otro país, una y otra alma, una y otra opinión. El lector necesita ser 
su cómplice, hundirse en ellos, colaborar con ellos y ofrecérseles: aquí
 no basta la pasividad. A cambio recibir lo mejor de otro ser: una 
compañía, que el autor no le habría proporcionado ni con su convivencia,
 por encima del espacio y del tiempo… “Oh, bienaventurado/albergue a 
cualquier hora” (23-IV-1996). Troneras
 


 
 
 
   
 
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