Decálogo de un buen profesor
Por Carmen Pellicer
¿Cómo es un buen profesor?
Este es nuestro particular decálogo:
1. Sabe y cree que lo que sabe es importante y necesario para
comprender la vida y a uno mismo, y para avanzar, y por eso profundiza
en el conocimiento de lo que quiere enseñar y busca las maneras de
hacerlo sencillo y comprensible para todos los alumnos.
2. Conoce bien a sus alumnos, no solo como son, sino también por qué
son como son y, sobre todo, de qué son capaces. Tiene de cada uno de
ellos una visión de hacia dónde pueden crecer en todas sus dimensiones, y
sabe cómo empujarles hacia adelante para lograr lo mejor de ellos
mismos.
3. Identifica las necesidades y los momentos en los que está cada
alumno y cómo afectan a su desarrollo personal y genera una
multiplicidad de oportunidades y recursos variados para que todos se
impliquen y aprendan en profundidad.
4. Maneja con agilidad diferentes estrategias y metodologías que
dotan a la clase del ritmo y las tensión necesaria para estimular la
motivación, la curiosidad, la atención y la reflexión de sus alumnos.
5. Hace a sus alumnos cada vez más autónomos y protagonistas de su
propio aprendizaje, creando un clima cálido y respetuoso de
participación y colaboración mutua, gestionando los conflictos con
firmeza y eficacia.
6. Fomenta la creatividad y amplía los horizontes de aprendizaje
facilitando el acceso a diferentes recursos, experiencias, lenguajes,
interlocutores y herramientas tecnológicas.
7. Dedica tiempo y esfuerzo personal a pensar sobre cada uno de sus
alumnos y sus clases, que prepara, planifica y modifica a la vez que
estudia, investiga y contrasta para crecer con y para ellos.
8. Acompaña los procesos de maduración y aprendizaje de cada alumno,
evaluando y discerniendo sobre lo que ve y lo que revela aquello que ve,
y proponiendo iniciativas de mejora y superación continua.
9. Comparte su conocimiento y experiencia, y trabaja en equipo con
sus compañeros, implicándose en un proyecto común que ayude a sus
alumnos más allá de su aula y de su misma escuela, haciendo cómplices de
su educación a las familias y otros agentes sociales presentes en la
vida local.
10. Disfruta de los éxitos de sus alumnos y vive sus fracasos como
propios, cree en lo que hace y sabe que lo que hace puede marcar una
diferencia en sus vidas, y por eso se compromete con ellos, y saca lo
mejor de sí mismo para ellos.
Pero creo, que al final, y después de muchos años de docencia, he
aprendido que tienes que quererles lo suficiente para que te importen.
Esto no se puede poner en el decálogo porque el cariño no se puede
exigir, solo regalar. Por eso, delante de cualquiera de mis grupos de
alumnos, pequeños y grandes, necesito dejarme seducir y embaucar por
ellos, y entonces dejarme la piel y la vida en arrancarles sonrisas,
miradas de complicidad, preguntas e inquietudes, hacerles enfadar y
sorprenderles.
Y entonces ese cariño que se nutre del roce diario, la impaciencia,
el cansancio superado, la rutina que se rompe, a la vez que de las miles
de recompensas fugaces que recibes cuando les ves crecer y ser más y
mejor. Ese cariño es el que les educa, y el que te sostiene a ti.
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